Las dudas respecto a la decencia de la existencia de ese derecho a la propiedad intelectual (DPI) siguen acrecentándose. No sólo por aquí con insistencia y falsa erudición, sino que presuntamente trasnochados adalides de la socialdemocracia extremo-extremeña hacen públicas ideas poco ortodoxas para ese partido pero plenas de modernidad y sentido común.
Por el contrario, el sobrevalorado escritor de mamotretos de vocación tardía (primer libro publicado a los 33 años), antiguo funcionario (supónese en excedencia) reconvertido en director del Instituto Cervantes de Nueva York (de libre designación) y académico por la vía rápida (sólo siete años tras su primer libro) vierte su interesada inquina falta de argumentos en forma de antitesis, por cierto con un inaceptable párrafo final.
Poco después un inefable escolar responde algunas preguntas interesantes con dispar acierto.
Mientras, la ministra de Cultura que mejor posa con cara-de-chica-interesante (o con bolsa de Zara?, Massimo Dutti?) se muestra bien eficiente a la hora de llevar a cabo sus prioridades (dos) que confluyen en una, la PROPUESTA que intenta evitar la nube de protones empujada por rayos cósmicos que amenaza ensombrecer el ya "ongoing" acontecimiento planetario.
Resulta curioso que un ministerio de cultura fije tales prioridades obviando otras más tradicionales. Si una de las misiones de los responsables públicos de la cultura es promover el acceso a dicha cultura, entonces la ampliación cuantitativa y cualitativa de la red de bibliotecas y mediatecas parece una opción lógica. Cuantas más bibliotecas mejor, sería un objetivo loable en una ministra de cultura, aunque las bibliotecas suponen claramente un freno para la venta de libros y la recaudación en concepto de derechos de autor. En el caso de las bibliotecas (y mediatecas) está claramente aceptado que el bien social se debe imponer al (presunto) DPI de los autores… Correcto?
En un mundo digital esas bibliotecas mediatecas deberían ser accesibles a través de la Red para solventar problemas de acceso (lejanía, minusvalía o incluso vaguería). Por tanto, los ministerios de cultura(s), o mejor aún todas las administraciones y servicios públicos, deberían albergar fondos disponibles "on-line" para el libre acceso de los ciudadanos en las mismas condiciones en las que es posible acudir a una biblioteca o mediateca a leer un libro o a escuchar un disco o cualquier otra cosa. Aún más, deberían disponer de un sistema de préstamo gratuito que permita el cómodo disfrute de esos productos culturales.
Parece ser que, pese la existencia de impresionantes e imprescindibles fondos ya disponibles estos servicios no se han desarrollado todavía suficientemente, como sería deseable.
En tanto en cuanto las autoridades y/o servicios públicos responsable no desarrollen plenamente estas bibliotecas (mediatecas) digitales "on-line" gratuitas, como es justo y necesario, alguien, o algo, de forma vicariante y subsidiaria debe forzosamente ocupar ese nicho para colmar el ansia de acceso a la cultura de la sociedad. Y ese nicho lo ocupa de forma transitoria el sistema peer-to-peer (P2P) o red de pares de intercambio/préstamo de contenidos culturales.
En conclusión, el P2P reemplaza a una buena red de bibliotecas (o mediatecas), y por ello resulta absurdo que sea una ministra de cultura la que dedique las máximas energías a llevar a cabo una prioridad que interfiere con la acción subsidiaria que compensa aquello que los servicios públicos competentes (entre ellos ese mismo ministerio) no son capaces de ofrecer a los ciudadanos. La defensa numantina de los grandes productores de contenidos culturales (DPI), bajo la amenaza de los Estado Unidos, equivale a un ataque negligente y o dolosos al derecho de acceso a al cultura (si es que existe como tal, que parece que algo de eso hay en cierto artículo 22 o en otro articulo 48).
A modo de consuelo: con mayor o menor brillantez y solidez, no cesan de aparecer argumentos de peso que estimulan y enriquecen la reflexión y la discusión sobre el DPI y su gestión y en las que el copyleft sigue apareciendo como una opción (o solución) muy atractiva.
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