Una vez más se tropieza en la misma piedra. Christina Rosenvinge saca disco nuevo y el mundo se detiene y se lanzan fuegos artificiales desde los dúplex más pop-posh o desde las elegantes terrazas donde se sirve pop-de-calidad.
Y vuelven las dudas. Y se vuelve a escuchar “La joven dolores”. Y las dudas siguen. Y la cabellera rubia mojada, los tacones y el paseo como galga afgana por tierras castellanas esperando que salte la liebre de su video no ayuda nada nada nada. Véase.
Pero peor es ver que su inútil sitio web devuelve el mensaje (Bandwidth Limit Exceeded. The server is temporarily unable to service your request due to the site owner reaching his/her bandwidth limit. Please try again later) de los que desconfían de internet y arguyen a favor de la propiedad de los derechos de propiedad de la propiedad intelectual. Allá ella y ellos.
Y la frase que resume de forma benevolente su último disco ya ha sido escrita hace tiempo: “Christina Rosenvinge: El lastre de su brillantez”.
Esa brillantez merece una disección, no sea que el oropel nos engañe.
Este nuevo disco lo que no es es nuevo. Si bien se parece mucho a “Tu labio superior”, nuestra una cierta evolución… o es ovulación?
Este disco muestra una factura, en cuanto a su producción e instrumentación, elegante, trabajada, impecable como un menú de boda de postín. Aquí hay de todo: la acústica omnipresente, un piano que a veces indica dónde está el camino arriesgado que nunca sigue, un espolvoreado de eléctrica distorsionada (Uau!, es que está el Ranaldo), batería competente voces dobladas con sentido, el violoncelo tan del siglo en curso…
Las canciones de este disco muestra influencias interesantes: Leonard Cohen, La Buena Vida, Vainica Doble... que pasadas por el tonito de felpa ratonero de Christina acaban por saturar las papilas gustativas.
Y sus letras. Cada canción tiene un par de frases memorables. Mejor dicho frases y rimas escritas para ser memorables. Frases escritas en un ejercicio de estilismo artificioso. Ah!, esas letras... Letras e historias siempre femeninas. Tan femeninas. Mejor dicho feminoides; y tan cuajadas de estrógenos que cargan. Historias que recuerdan días de opiáceos a dosis terapéuticas (eso sí)
Volvemos a los prejuicios? Puede, pero Christina Rosenvinge sigue siendo una cantante epidérmica que sólo raramente llega a la dermis bien vascularizada, y casi nunca entra en el torrente sanguíneo. Pobre, ella que hace canciones de cardiólogo no consigue llega al corazón. Quizás porque ni siquiera roza la dermis.
Seguro que son prejuicios. Pero ni siquiera está claro si un galgo afgano sea más bello que un perdiguero
sábado, 19 de febrero de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Pues a mí me recuerda a Nicole Kidman y me mola
ResponderEliminarY vaya si me vasculariza (lo mío es también subjetivo, lo acepto)