Hay algo en común entre las descargas de música de Internet y el botellón o la litrona. Ambos son (relativamente) nuevas formas de consumo y acceso a la música y a las bebidas. Representan nuevos canales de acceso a un viejo producto. Y ambos canales han sido y son denostadas por los principales actores de los antiguos canales.
Parte de la industria musical, para ser exacto la parte de la industria musical que más facturaba, se queja amargamente, cuando no amenaza con horrible desgracias o revanchas, de que una gran parte (si no la mayor) del tráfico de información por Internet (muchos Gigabytes o Terabytes o Petabytes) consiste en productos sujetos a copyright cuyos derechos de propiedad intelectual se conculcan frecuentemente. Y posiblemente esto es cierto. Como también es cierto que el número de conexiones a Internet crece constantemente. Y consecuentemente la cantidad de dinero gastada en conectarse a Internet con el propósito principal o secundario de acceder a música sujeta a copyright aumenta continuamente. Se gasta, por tanto, cada vez más dinero en música.
Y es bien cierto también, que actualmente se gasta bastante más dinero en música a través del pago de la conexión a la tarifa plana mensual y otras suscripciones a sitios de descarga de archivos que lo que antes se gastaba en discos de vinilo o en CDs (ver comentario de rafel el 30 Enero de 2010 aquí). Otra cosa es dónde se gasta este dinero. La mayor parte de ese dinero ya no va a parar a los eslabones de la cadena creada el siglo pasado (compositor, escritor, intérprete, productor, sello discográfico, distribuidor, tienda especializada, gran superficie…) sino al proveedor de servicios de Internet.
Ese cambio se ha producido de manera abrupta, y al parecer no ha dado tiempo a que se restablezcan los equilibrios y se enlacen lo eslabones que deban permanecer en la nueva y (más) corta cadena… si es que alguno es necesario ahora.
Ese cambio, tan pronosticado como inevitable está resultando indigesto para una industria acomodaticia (como todas las industrias rentables en exceso) que se aferra a prácticas de un pasado que les privilegiaba.
Lo sucedido con el consumo de bebidas alcohólicas presenta un claro paralelismo con el caso de la música.
Desde la aparición de la litrona de cerveza en los parques de las ciudades (siempre sentados en el respaldo y con los pies en el asiento) en la década de los añorados años ochenta hasta el botellón institucionalizado del siglo XXI, el proceso de cambio de pauta en el consumo de bebidas por los más jóvenes ha sido ininterrumpido. Los dueños de los bares no han hecho otra cosa que quejarse y subir los precios mientras que las pequeñas bodegas que vendían litronas frescas en los barrios se has visto arrolladas por las tiendas-abierto-todo-el-día-en-las-que-hay-de-todo y los grandes supermercados.
Los jóvenes han abandonado bares caros, irrespirables e indiscretos y se han mudado a las plazas, jardines o descampados con bolsas de bebida a precio razonable a disfrutar del aire libre y al abrigo de las miradas reprobatorias de generaciones pasadas.
Y esto del botellón es imparable. El botellón puede molestar a veces a terceros no implicados en le negocio (tranquilos ciudadanos que ven su descanso perturbado por el ruido de algunos botellones) que pueden llegar estar en una posición de indefensión manifiesta, pero no más indefensos que aquellos a los que las sacrosantas terrazas autorizadas por las autoridades molestan de la misma manera.
Conclusión 1: La realidad es aún más tozuda que los más abstrusos e interesados sectores privilegiados y protegidos (léase SGAE y asimilados)
Conclusión 2: La adaptación a las nuevas situaciones y mitigación de los efectos negativos de los cambios son las dos actitudes y estrategias más recomendables para la supervivencia en un entorno cambiante.
viernes, 12 de febrero de 2010
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Viva la pirateria y el desenfreno!!!
ResponderEliminarHasta que la ministra nos envíe a la guardia civil
El anónimo del Patio de San Miguel
una cosa es la barra libre, otra el "sinpa" y otra el botellon... A ver si nos aclaramos!
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